Hago referencia a Osorno (un volcán a la orilla del lago Llanquihue), a Atacama (el desierto más árido del planeta), al Altazor (bar de blues de Santiago de Chile), a Pablo Aracena (baterista blusero), a Nico (quien amaba a Sabina antes de conocernos y con quien compartí una noche de karaoke), al carrete (una fiesta) y la caña (las consecuencias del día siguiente), al Trauco y la Pincoya (mitología chilota, de una isla maravillosa), a Chaitén (ciudad arrasada por un volcán y cuyos habitantes cuidan bosques), y a los ascensores de Valparaíso, que cubren las pendientes de algunos de sus 42 cerros.
Tengo los zapatos polvorientos
Tengo un trocito de Osorno
justo encima de la cama.
Tengo un vacío acá en el pecho
donde retumba la vida que compartimos allá.
Tengo una botella de Pisco
enfriendo en la nevera.
Tengo una duna de Atacama
en un tarro de cristal.
Tengo el Altazor, el blues, a Pablo,
la promesa de volver...
Tengo 19 días, Nico,
Sabina y 500 noches.
Tengo un ratón cuya cola
dio siete vueltas al Mundo.
Arañas en los rincones
carretes de hasta diez horas
y domingos de caña irreparable.
Tengo una armónica sonando
los días jueves por la tarde
y un duende de Chaitén.
Tengo una magia
que protege Cucao del Trauco
y juega con la Pincoya
en las noches de tormenta y vino.
Tengo viajes de treinta horas
y el corazón repartido
por miles de kilómetros.
Tengo una amigo paciente,
un hermano, un confidente...
tengo suerte.
Tengo el corazón mirando al Sur...
que se quedó para siempre.
Tengo ascensores que suben
más allá de la Vía Láctea.
Tengo algunas aventuras
que cuesta trabajo creer.
Tengo a Jara, a Parra, a Allende
y paseos por la Alameda.
Tengo, y nos vemos,. seguro
la certeza de volver.